
Hospital de Temuco, 3:34 de la madrugada del 27 de febrero.
En uno de los pabellones una mujer de 50 años era operada de una enfermedad diverticular al colon. Estaba anestesiada y con el cuerpo abierto cuando empezó el terremoto. Cayó el estuco del techo, todo se fue a negro y una nube de polvo y gases inundó el lugar. "La cubrimos con un paño estéril y nos paramos todos en el umbral de la puerta", recuerda el doctor Andrés Díaz, segundo cirujano a cargo. Le pusieron los puntos a la paciente sin haber terminado la cirugía. Ella no supo que la anestesista la desentubó rápidamente y la desconectó del ventilador automático. Tampoco advirtió que los tres cirujanos tomaron el colchón con ella arriba entre sus manos y salieron al pasillo, caminando por un segundo piso cubierto de vidrios y de agua de las cañerías rotas. "Salimos por la vía de evacuación que tenía las escaleras resquebrajadas y dejamos a la mujer en una cuneta, cubierta con una frazada. Entre tres o cuatro hombres volvimos a buscar a todos los hospitalizados hasta dejarlos a salvo", relata Díaz. La operación terminó cuando salió el sol. Hoy la mujer está sana y no recuerda nada.
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